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jueves, 12 de abril de 2012

Breve balance: un siglo de Anarquismo.


El anarquismo como ideología revolucionaria históricamente se constituyó como el ala anti-autoritaria dentro de las diversas ideologías socialistas. Tanto en el siglo XIX como en el siglo XX tuvo una gran capilaridad en la disputa ideológica y en la conciencia de clase de los trabajadores y del pueblo en su conjunto. Los primeros años del desarrollo de la clase obrera y del socialismo, estuvieron signados por la intervención fuerte de los anarquistas como promotores y orientadores de los sindicatos europeos. Tal es así que llegaron a ser uno de los polos fuertes en las discusiones y orientaciones que la Primera Internacional llevó a cabo en su constitución y desarrollo.
En nuestro país, el anarquismo como ideología y los militantes anarquistas como portadores y constructores de organizaciones revolucionarias, fueron protagonistas en el combate abierto de clase contra clase que se desarrollaba en la Argentina oligárquica. Los planteos anti-estatistas tuvieron una gran permeabilidad en la clase trabajadora y el anarquismo tuvo un lugar primordial en la batalla ideológica que la burguesía libraba en la conciencia política del pueblo. Como en Europa, los primero años del surgimiento y desarrollo de la clase obrera latinoamericana y de nuestra región estuvieron signados por el amplio desarrollo del movimiento anarquista, con experiencias que han sido objeto de análisis a nivel internacional.
En la década del 30 las agrupaciones libertarias, la FORA, La Alianza Obrera Spartacus, la FACA, etc. sufrieron un gran retroceso en su capacidad de inserción popular y obrera. El Estado, como estructura de represión y junta de negocios de la burguesía, sufrió transformaciones por el mismo desarrollo del capitalismo. Este proceso histórico ha sido titulado por la historiografía como el Estado de Bienestar. El Estado que desde su desarrollo había sido políticamente conservador, económicamente liberal y oligárquico en su esencia, comienza a asumir funciones sociales y absorber los reclamos de los sectores de la sociedad que excedían a la oligarquía. Primordialmente,  el cambio de rol del Estado se sustentó en institucionalizar muchas de las tareas que anteriormente llevaban a cabo las organizaciones obreras de manera independiente y autosustentada: obras sociales, sindicalización, seguros de desempleo y enfermedad, etc.… Este gran cambio en la relación Patronal-Estatal y la clase trabajadora conllevó la pérdida de autonomía de las organizaciones sindicales y subsumisión de los sindicatos y sus centrales al Estado. El sindicato pasa a transformarse en la instancia de mediación y negociación entre el Estado patronal y los trabajadores en sus reclamos.
En un momento de transformación del escenario político luego de la crisis económica y la posguerra a nivel mundial y la etapa de sustitución de importaciones a nivel nacional (y latinoamericano) la burguesía debió reacomodarse para poder perpetuar su explotación y dominación. Para ello, llevó adelante una estrategia que constó en otorgarle concesiones importantes a los trabajadores –por las cuales habían luchado durante muchos años- y a la vez, con la institucionalización de los sindicatos y centrales obreras, apostó a la cooptación de elementos conscientes del proletariado, a la subsumisión de las estructuras que los trabajadores constituyeron como organizaciones independientes y la consciente propaganda populista y reformista que cumplía la función de tamizar el combate abierto entre el proletariado y la burguesía, introduciendo elementos ideológicos burgueses en el seno de la clase trabajadora.
Luego de esta reconfiguración de la explotación capitalista en nuestro región –precedido por un verdadero intento de aniquilamiento físico entre los años 10 y 20- el anarquismo no pudo recuperar la influencia sobre la clase trabajadora y sobre el pueblo en general, cayendo en muchos casos en un autismo dañino que barrió los elementos más importantes de la ideología, dando lugar a planteos liberales, gorilas, individualistas. Este retroceso también permitió que se genere un nuevo sentido común sobre el anarquismo que le otorgaba al mismo rasgos románticos, utópicos que poco tenían que ver con una ideología obrera, socialista y revolucionaria. Mas allá de los casos aislados como Resistencia Libertaria en la década del setenta, las agrupaciones anarquistas, periódicos y locales no pudieron ser una opción relevante en el alza de los movimientos de masas y la agudización de la lucha de clases que desde la caída del gobierno de Perón -en manos de  la fusiladora -hasta el golpe cívico-militar del año 76, llevó adelante la resistencia peronista, la izquierda peronista en sus diversas expresiones movimientistas, las izquierda marxista en sus distintas variantes: insurreccionalista, foquista, entrista, etc. y la clase obrera independiente de las organizaciones políticas dando la lucha desde sus organizaciones de clase.
El período histórico que se inicia con el golpe cívico-militar de 1976 representa una derrota histórica para las ideologías revolucionarias y el pueblo en su conjunto comienza un proceso de reflujo en su capacidad de movilización, de organización y de interpelación masiva desde los sectores más concientes. La derrota a nivel ideológico es devastadora y los escribas de la burguesía decretan el fin de las ideologías luego de la caída del muro de Berlín. A nivel de la estructura social, el neoliberalismo desarma las funciones sociales que el Estado llevaba adelante generando desocupación masiva y una pérdida general de beneficios sociales que la clase trabajadora poseía. La nueva configuración socio-económica y la propaganda ideológica que la burguesía realizaba sistemáticamente sobre el pueblo, abren un proceso de deterioro de las relaciones sociales dando como resultado la atomización de los trabajadores, la perdida de solidaridad y la ruptura de los lazos sociales que décadas atrás permitieron mantener huelgas obreras, tomas de fábricas y la abroquelación del pueblo trabajador en sus distintas expresiones sociales. También ayudó a esta pérdida de solidaridades la atomización de muchos de los centros industriales que conllevó la desaparición de los barrios obreros y las relaciones sociales que la cercanía geográfica y la realidad social compartida por los trabajadores generaba, actuando como cohesionador que fomentaba una acción conjunta de la clase en el enfrentamiento con la burguesía. La represión económica y la desestructuración de la industria llevada a cabo por los sectores mas concentrados de la burguesía agraria e industrial, llevó a la mayoría de la clase obrera a una situación de marginalidad política y a un deterioro de las condiciones de vida, que permitió la liquidación final durante los años del neoliberalismo. La pérdida de solidaridad y la ideología individualista que potenciaba una competencia intra-clase generada por el desempleo, actuó como freno a la posibilidad de una defensa conjunta de los intereses compartidos.
El 2001 representa un quiebre en el proceso de descomposición social que el pueblo sufría desde los años 70. Durante el levantamiento popular del 19 y 20 de diciembre, los trabajadores desocupados organizados -y ocupados en menor medida- y la clase media pauperizada, no pudieron revertir la crisis económica y menos plantearse un cambio sistémico. Sin embargo, el saldo fue a nivel político: la confianza del pueblo organizado en sus métodos de lucha  permitió un resurgir de la acción política de las masas organizadas. Dentro de este cambio de la situación política en la Argentina se vivenció un resurgir de los métodos de lucha obrera pregonados por los anarquistas, sobre todo a nivel de crítica a la autoridad y al Estado. El pueblo se organizaba en asambleas barriales donde lo que imperaba era una democracia anti-burocrática, y la confrontación con el Estado se llevaba adelante desde la acción directa de las masas a través de piquetes, bloqueos, saqueos para conseguir alimentos. Cuando imperaba el hambre, la marginación, la indigencia y la indiferencia de los de arriba, los de abajo no esperaron respuestas esperanzadoras y dilatantes, sino que respondieron procurándose lo que necesitaban y presionando en las calles y en los barrios por lo que faltaba. A la luz de estos acontecimientos, el anarquismo volvió a ser una alternativa dentro del espectro socialista.
Desde el 2001 en adelante los anarquistas hemos comenzado un proceso organizativo fuerte -delimitado de las tendencias individualistas, autonomistas, insurreccionalistas y del anarquismo como ‘estilo de vida’- que pese a mostrar limitaciones a nivel programático, permitió que diversos militantes sociales realizaran sus primeras experiencias políticas. Pese a esto, una generación de militantes, en un período de efervescencia social y progresivo desarrollo político de las masas, se encontró con pocas herramientas revolucionarias para poder llevar adelante una militancia social significativa que parta de un análisis de la situación histórica y a partir de ello poder elaborar un programa político de largo aliento, con un arco táctico, una estrategia clara, plazos y tareas de construcción.
A lo largo de los años subsiguientes, la regeneración de militantes, la búsqueda teórica y la incipiente experiencia, permitió que el anarquismo como ideología recuperé parte de su tradición histórica y rediscuta los errores que décadas atrás los militantes libertarios cometieron. A la vez, una coyuntura histórica tan particular como la Argentina, atravesada por el fenómeno del peronismo hace más de 50 años, posibilita la proyección de un anarquismo sui-generis que rediscuta y resignifique los viejos esquemas ofrecidos por las experiencias pasadas de los libertarios y libertarias.
A grandes rasgos, las discusiones que los militantes anarquistas llevan adelante -a más de una década  del comienzo del siglo XXI- tienen como eje: la permeabilidad del peronismo dentro del pueblo, las herramientas de análisis que ofrece el marxismo y la recuperación de los elementos esenciales de los teóricos clásicos del anarquismo. Atrás quedaron los elementos disolventes que planteaban un anarquismo como modo de vida individual, un anarquismo alejado de las luchas populares, un anarquismo antimarxista sustentado mas en cuestiones “de piel” que en concepciones ideológicas ante el desarrollo social. Hoy, los libertarios estamos en condiciones de discutir de qué manera recuperamos la inserción social, las construcciones de masas, las construcciones partidarias. En síntesis, estamos en condiciones de tomar en nuestras manos todas las herramientas necesarias para la elaboración de una estrategia revolucionaria y un programa que nos permita luchar por una sociedad de libres e iguales.
En este sentido, citamos en extenso la introducción del libro de Daniel Barret “Los sediciosos despertares de la anarquía”:
“…el movimiento anarquista y el cuerpo teórico ideológico que lo sustenta no son fenómenos meteorológicos que leviten eterna e impunemente en el cosmos sin experimentar alguna vez conexiones y condicionamientos plurales; sino que, antes bien, los mismos se presentan como una configuración de pensamiento y acción que responde a raíces sociales e históricas perfectamente ubicables. En trazos muy generales puede decirse, entonces, que el anarquismo y sus expresiones materiales colectivas se forman en un punto de cruce en el que reverberan al menos tres clases de factores con su correspondiente equipaje de multiplicidad, complejidad y contradicciones. En primer lugar, modos de pensar, de sentir y de actuar; epistemes, sensibilidades y prácticas con sus propias historias “sectoriales”. En segundo término, articulaciones sociales, políticas y económicas con su especifica carga de antagonismos favorecidos y probables a partir de las mismas. Y, por último pero quizás mas importante, los conflictos, las luchas y las conflagraciones que distinguen a una época dada. Todo ello, debidamente interconectado, se conforma no cual si se tratara de mecanismos deterministas e inapelables sino en tanto historicidad de la que apropiarse, en cuanto condiciones de posibilidad de una emergencia y como campo de oportunidades en disputa. Es no en un firmamento lejano e inasible sino en ese intrincado cruce de caminos que el movimiento anarquista experimenta un renovado empuje y ocupa un espacio rejuvenecido y singular en la beligerancia de nuestro tiempo.
Ahora bien, si aplicamos ese modelo de análisis a la historia del cuerpo teórico-ideológico anarquista y del movimiento que lo encarna, encontraremos que los mismos se consuman en tanto configuración abierta de pensamiento y acción; una configuración que cambia precisamente al compás de las mutaciones en los factores mencionados inmediatamente antes. La historia del movimiento anarquista, por lo tanto, no es la historia de un diagrama imperturbable y siempre igual a si mismo sino la historia de un movimiento que cambia al influjo de las condiciones en las cuales actúa; condiciones que -¿Quién podría dudarlo?- no son las mismas que en los tiempos de la irrupción del movimiento obrero europeo, la 1° Internacional y la Comuna de París o los tiempos de la Revolución Española y ni tan siquiera aquellos más próximos en que se extendía una visión primaveral y candorosa de la revolución cubana y las guerrillas latinoamericanas (…) Antes bien, lo que esos procesos le exigen al movimiento es un intenso proceso de adecuación a la historicidad concreta de la que forma parte: una adecuación que reclama su correspondiente renovación teórico-ideológica, un nuevo modelo de organización y acción y, en definitiva, un paradigma revolucionario remozado que, terminantemente, ya no puede ser el mismo que fuera en tiempos de su aurora fundacional.”[1]


[1] Daniel Barret: “Los sediciosos despertares de la anarquía”, Libros de Anarres (Colección Utopía Libertaria), Buenos Aires, 2011, Pág. 9-10