El anarquismo como ideología revolucionaria
históricamente se constituyó como el ala anti-autoritaria dentro de las
diversas ideologías socialistas. Tanto en el siglo XIX como en el siglo XX tuvo
una gran capilaridad en la disputa ideológica y en la conciencia de clase de
los trabajadores y del pueblo en su conjunto. Los primeros años del desarrollo
de la clase obrera y del socialismo, estuvieron signados por la intervención
fuerte de los anarquistas como promotores y orientadores de los sindicatos
europeos. Tal es así que llegaron a ser uno de los polos fuertes en las
discusiones y orientaciones que la Primera Internacional llevó a cabo en su
constitución y desarrollo.
En nuestro país, el anarquismo como ideología y los
militantes anarquistas como portadores y constructores de organizaciones
revolucionarias, fueron protagonistas en el combate abierto de clase contra
clase que se desarrollaba en la Argentina oligárquica. Los planteos
anti-estatistas tuvieron una gran permeabilidad en la clase trabajadora y el
anarquismo tuvo un lugar primordial en la batalla ideológica que la burguesía
libraba en la conciencia política del pueblo. Como en Europa, los primero años
del surgimiento y desarrollo de la clase obrera latinoamericana y de nuestra
región estuvieron signados por el amplio desarrollo del movimiento anarquista,
con experiencias que han sido objeto de análisis a nivel internacional.
En la década del 30 las agrupaciones libertarias, la
FORA, La Alianza Obrera Spartacus, la FACA, etc. sufrieron un gran retroceso en
su capacidad de inserción popular y obrera. El Estado, como estructura de
represión y junta de negocios de la burguesía, sufrió transformaciones por el
mismo desarrollo del capitalismo. Este proceso histórico ha sido titulado por
la historiografía como el Estado de Bienestar. El Estado que desde su
desarrollo había sido políticamente conservador, económicamente liberal
y oligárquico en su esencia, comienza a asumir funciones sociales y absorber
los reclamos de los sectores de la sociedad que excedían a la oligarquía.
Primordialmente, el cambio de rol del
Estado se sustentó en institucionalizar muchas de las tareas que anteriormente
llevaban a cabo las organizaciones obreras de manera independiente y
autosustentada: obras sociales, sindicalización, seguros de desempleo y
enfermedad, etc.… Este gran cambio en la relación Patronal-Estatal y la clase
trabajadora conllevó la pérdida de autonomía de las organizaciones sindicales y
subsumisión de los sindicatos y sus centrales al Estado. El sindicato pasa a
transformarse en la instancia de mediación y negociación entre el Estado
patronal y los trabajadores en sus reclamos.
En un momento de transformación del escenario
político luego de la crisis económica y la posguerra a nivel mundial y la etapa
de sustitución de importaciones a nivel nacional (y latinoamericano) la
burguesía debió reacomodarse para poder perpetuar su explotación y dominación.
Para ello, llevó adelante una estrategia que constó en otorgarle concesiones
importantes a los trabajadores –por las cuales habían luchado durante muchos
años- y a la vez, con la institucionalización de los sindicatos y centrales
obreras, apostó a la cooptación de elementos conscientes del proletariado, a la
subsumisión de las estructuras que los trabajadores constituyeron como
organizaciones independientes y la consciente propaganda populista y reformista que cumplía la función de tamizar el combate abierto entre el proletariado y la
burguesía, introduciendo elementos ideológicos burgueses en el seno de la clase
trabajadora.
Luego de esta reconfiguración de la explotación
capitalista en nuestro región –precedido por un verdadero intento de
aniquilamiento físico entre los años 10 y 20- el anarquismo no pudo recuperar
la influencia sobre la clase trabajadora y sobre el pueblo en general, cayendo
en muchos casos en un autismo dañino que barrió los elementos más importantes
de la ideología, dando lugar a planteos liberales, gorilas, individualistas. Este
retroceso también permitió que se genere un nuevo sentido común sobre el
anarquismo que le otorgaba al mismo rasgos románticos, utópicos que poco tenían
que ver con una ideología obrera, socialista y revolucionaria. Mas allá de los
casos aislados como Resistencia Libertaria en la década del setenta, las
agrupaciones anarquistas, periódicos y locales no pudieron ser una opción
relevante en el alza de los movimientos de masas y la agudización de la lucha
de clases que desde la caída del gobierno de Perón -en manos de la fusiladora -hasta el golpe
cívico-militar del año 76, llevó adelante la resistencia peronista, la
izquierda peronista en sus diversas expresiones movimientistas, las izquierda
marxista en sus distintas variantes: insurreccionalista, foquista, entrista,
etc. y la clase obrera independiente de las organizaciones políticas dando la
lucha desde sus organizaciones de clase.
El período histórico que se inicia con el golpe
cívico-militar de 1976 representa una derrota histórica para las ideologías
revolucionarias y el pueblo en su conjunto comienza un proceso de reflujo en su
capacidad de movilización, de organización y de interpelación masiva desde los
sectores más concientes. La derrota a nivel ideológico es devastadora y los
escribas de la burguesía decretan el fin de las ideologías luego de la caída
del muro de Berlín. A nivel de la estructura social, el neoliberalismo desarma
las funciones sociales que el Estado llevaba adelante generando desocupación
masiva y una pérdida general de beneficios sociales que la clase trabajadora
poseía. La nueva configuración socio-económica y la propaganda ideológica que
la burguesía realizaba sistemáticamente sobre el pueblo, abren un proceso de
deterioro de las relaciones sociales dando como resultado la atomización de los
trabajadores, la perdida de solidaridad y la ruptura de los lazos sociales que
décadas atrás permitieron mantener huelgas obreras, tomas de fábricas y la
abroquelación del pueblo trabajador en sus distintas expresiones sociales.
También ayudó a esta pérdida de solidaridades la atomización de muchos de los
centros industriales que conllevó la desaparición de los barrios obreros y las
relaciones sociales que la cercanía geográfica y la realidad social compartida
por los trabajadores generaba, actuando como cohesionador que fomentaba una
acción conjunta de la clase en el enfrentamiento con la burguesía. La represión
económica y la desestructuración de la industria llevada a cabo por los
sectores mas concentrados de la burguesía agraria e industrial, llevó a la
mayoría de la clase obrera a una situación de marginalidad política y a un
deterioro de las condiciones de vida, que permitió la liquidación final durante
los años del neoliberalismo. La pérdida de solidaridad y la ideología
individualista que potenciaba una competencia intra-clase generada por el
desempleo, actuó como freno a la posibilidad de una defensa conjunta de los
intereses compartidos.
El 2001 representa un quiebre en el proceso de
descomposición social que el pueblo sufría desde los años 70. Durante el
levantamiento popular del 19 y 20 de diciembre, los trabajadores desocupados
organizados -y ocupados en menor medida- y la clase media pauperizada, no
pudieron revertir la crisis económica y menos plantearse un cambio sistémico. Sin embargo, el saldo fue a nivel político: la confianza del pueblo organizado
en sus métodos de lucha permitió un
resurgir de la acción política de las masas organizadas. Dentro de este cambio
de la situación política en la Argentina se vivenció un resurgir de los métodos
de lucha obrera pregonados por los anarquistas, sobre todo a nivel de crítica a
la autoridad y al Estado. El pueblo se organizaba en asambleas barriales donde lo que imperaba era una democracia anti-burocrática, y la confrontación con el Estado se llevaba adelante desde la acción directa de las masas a través de piquetes, bloqueos, saqueos para conseguir alimentos. Cuando imperaba el hambre, la marginación, la indigencia y la indiferencia de los de arriba, los de abajo no esperaron respuestas esperanzadoras y dilatantes, sino que respondieron procurándose lo que necesitaban y presionando en las calles y en los barrios por lo que faltaba. A la luz de estos acontecimientos, el anarquismo
volvió a ser una alternativa dentro del espectro socialista.
Desde el 2001 en adelante los anarquistas hemos
comenzado un proceso organizativo fuerte -delimitado de las tendencias
individualistas, autonomistas, insurreccionalistas y del anarquismo como
‘estilo de vida’- que pese a mostrar limitaciones a nivel programático,
permitió que diversos militantes sociales realizaran sus primeras experiencias
políticas. Pese a esto, una generación de militantes, en un período de efervescencia social
y progresivo desarrollo político de las masas, se encontró con pocas
herramientas revolucionarias para poder llevar adelante una militancia social
significativa que parta de un análisis de la situación histórica y a partir de
ello poder elaborar un programa político de largo aliento, con un arco táctico,
una estrategia clara, plazos y tareas de construcción.
A lo largo de los años subsiguientes, la regeneración de militantes, la búsqueda teórica y
la incipiente experiencia, permitió que el anarquismo como ideología recuperé
parte de su tradición histórica y rediscuta los errores que décadas atrás los
militantes libertarios cometieron. A la vez, una coyuntura histórica tan
particular como la Argentina, atravesada por el fenómeno del peronismo hace más
de 50 años, posibilita la proyección de un anarquismo sui-generis que rediscuta
y resignifique los viejos esquemas ofrecidos por las experiencias pasadas de los
libertarios y libertarias.
A grandes rasgos, las discusiones que los militantes
anarquistas llevan adelante -a más de una década del comienzo del siglo XXI- tienen como eje:
la permeabilidad del peronismo dentro del pueblo, las herramientas de análisis
que ofrece el marxismo y la recuperación de los elementos esenciales de los
teóricos clásicos del anarquismo. Atrás quedaron los elementos disolventes que
planteaban un anarquismo como modo de vida individual, un anarquismo alejado de
las luchas populares, un anarquismo antimarxista sustentado mas en cuestiones
“de piel” que en concepciones ideológicas ante el desarrollo social. Hoy, los
libertarios estamos en condiciones de discutir de qué manera recuperamos la
inserción social, las construcciones de masas, las construcciones partidarias.
En síntesis, estamos en condiciones de tomar en nuestras manos todas las
herramientas necesarias para la elaboración de una estrategia revolucionaria y
un programa que nos permita luchar por una sociedad de libres e iguales.
En este sentido, citamos en extenso la introducción
del libro de Daniel Barret “Los sediciosos despertares de la anarquía”:
“…el movimiento anarquista y el cuerpo teórico
ideológico que lo sustenta no son fenómenos meteorológicos que leviten eterna e
impunemente en el cosmos sin experimentar alguna vez conexiones y
condicionamientos plurales; sino que, antes bien, los mismos se presentan como una configuración de pensamiento y acción que
responde a raíces sociales e históricas perfectamente ubicables. En trazos
muy generales puede decirse, entonces, que el anarquismo y sus expresiones
materiales colectivas se forman en un punto de cruce en el que reverberan al
menos tres clases de factores con su correspondiente equipaje de multiplicidad,
complejidad y contradicciones. En primer lugar, modos de pensar, de sentir y de
actuar; epistemes, sensibilidades y
prácticas con sus propias historias “sectoriales”. En segundo término,
articulaciones sociales, políticas y económicas con su especifica carga de
antagonismos favorecidos y probables a partir de las mismas. Y, por último pero
quizás mas importante, los conflictos, las luchas y las conflagraciones que
distinguen a una época dada. Todo ello,
debidamente interconectado, se conforma no cual si se tratara de mecanismos
deterministas e inapelables sino en tanto historicidad de la que apropiarse, en
cuanto condiciones de posibilidad de una emergencia y como campo de
oportunidades en disputa. Es no en un firmamento lejano e inasible sino en
ese intrincado cruce de caminos que el movimiento anarquista experimenta un
renovado empuje y ocupa un espacio rejuvenecido y singular en la beligerancia
de nuestro tiempo.
Ahora bien, si aplicamos ese modelo de análisis a la
historia del cuerpo teórico-ideológico anarquista y del movimiento que lo
encarna, encontraremos que los mismos se consuman en tanto configuración abierta de pensamiento y acción; una
configuración que cambia precisamente al compás de las mutaciones en los
factores mencionados inmediatamente antes. La historia del movimiento
anarquista, por lo tanto, no es la historia de un diagrama imperturbable y
siempre igual a si mismo sino la historia de un movimiento que cambia al
influjo de las condiciones en las cuales actúa; condiciones que -¿Quién podría
dudarlo?- no son las mismas que en los tiempos de la irrupción del movimiento
obrero europeo, la 1° Internacional y la Comuna de París o los tiempos de la
Revolución Española y ni tan siquiera aquellos más próximos en que se extendía
una visión primaveral y candorosa de la revolución cubana y las guerrillas
latinoamericanas (…) Antes bien, lo que esos procesos le exigen al movimiento
es un intenso proceso de adecuación a la historicidad concreta de la que forma
parte: una adecuación que reclama su
correspondiente renovación teórico-ideológica, un nuevo modelo de organización
y acción y, en definitiva, un paradigma revolucionario remozado que,
terminantemente, ya no puede ser el mismo que fuera en tiempos de su aurora
fundacional.”[1]
[1] Daniel Barret: “Los sediciosos despertares de la anarquía”, Libros
de Anarres (Colección Utopía Libertaria), Buenos Aires, 2011, Pág. 9-10